Mari
Mari puede considerarse la Diosa del Panteón Vasco ya que don José Miguel de Barandiarán dice que “Es considerado como jefe de los demás genios”. La mayor parte de sus numerosas moradas son cuevas, siendo Anboto la más reconocida. El nombre de la cueva podemos decir que es su “apellido”: Aldureko Mari (Gorriti, Nabarra); Txindokiko Mari (Amézketa, Gipúzkoa); Anbotoko Mari, en muchos pueblos de Gipúzkoa, Bizkaia y Alaba; Arpeko Saindua (la santa de la cueva) en Baja Navarra y Laburdi. Digamos también que se le llama Mariuena en Aragón.
Su consorte recibe el nombre de Maju, Sugoi o Sugaar; sus dos hijos, Atarrabi o Atagorri, el bondadoso y Mikelats, el malvado. Sus asistentes son las Sorgiñak (hacedoras de la suerte). A pesar de que puede adoptar formas tan diversas como las del macho cabrío, caballo, novillo, buitre, árbol, nube blanca, ráfaga de viento e incluso arco iris, mayormente toma forma de mujer.

Los castigos de la diosa Mari
Siguiendo nuestra norma de atender a los fenómenos vinculados al elemento más importante de la Cultura, el Humanismo, no comentaremos los poderes de la diosa Mari, ni las formas de ejecutarlos. Digamos, eso sí, que la diosa vasca castiga de un modo peculiar la mentira, la ostentosidad y la falsa modestia. En comparación con mitologías tan famosas y crueles como la egipcia, griega o romana, lo más relevante del procedimiento es que el “acusado” es el responsable de su propio castigo. “Esagaz ta baigaz” (negación y afirmación) es la esencia del proceso de la diosa. Si le pregunta a un pastor cuantos quesos ha hecho, y por ejemplo, responde 10 habiendo hecho 6, Mari se queda con cuatro. Lo mismo si responde que ha hecho 10 habiendo hecho 14.
Según relata García de Salazar en su “Crónica de siete casas de Castilla y Vizcaya”, fechada en 1454, el primer Señor de Vizcaya fue Jaun Zuría (820-909), electo después de haber liderado a los vizcaínos en la victoria de Arrigorriaga sobre el rey de León y Asturias, al que persiguieron hasta la frontera marcada por el Árbol Malato. Asegura que Jaun Zuría fue hijo de una princesa de Escocia preñada por Sugaar. Por esta razón refiere la costumbre que tenían los Señores de Vizcaya de ofrendar las entrañas de una vaca en la entrada de la cueva de Anboto.

Don Diego López de Haro y la mitología
El “Livro dos Linhagens” (hacia 1344) está considerado como la mejor crónica nobiliaria portuguesa; su autor, el conde don Pedro de Barcellos, refiriéndose al tercero de los señores de Vizcaya, dice: “Era don Diego López de Haro (1075-1124) muy buen montanero y estando un día en la parada agoardando que viniese el jabalí, oyó cantar en muy alta voz a una mujer encima de una peña; y fuese para ella, y vio que era muy hermosa y muy bien vestida, y enamorose luego de ella muy fuertemente y preguntole quién era; y ella le dijo que era mujer de muy alto linaje, y él le dijo que pues era mujer de muy alto linaje que casaría con ella, si ella quisiese, porque él era señor de aquella tierra; y ella le dijo que lo haría, pero con la condición de que le prometiese no santiguarse nunca, y él se lo otorgó, y ella se fue luego con él.
Esta dama era muy hermosa y muy bien hecha en todo su cuerpo, salvo que tenía un pie como de cabra. Vivieron gran tiempo juntos y tuvieron dos hijos, varón y hembra, y llamose el hijo Iñigo Guerra.”
En su relato menciona don Pedro que un día, a la hora de la comida, don Diego se santiguó y que su esposa “saltó con la hija por la ventana del palacio, y fuese para las montañas, de suerte que no la vieron más a ella ni a su hija”.
Tal y como terminan muchos cuentos, relatos y leyendas: “Oi ala bazan, sortu deilla kalabatzan, d’atá deilla Bitoriko plazan” (si esto fue así, métase en una calabaza, y que salga en la plaza de Vitoria).
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