Esto nos da una idea de cómo era Gorka Etxearte, del que muchos recordaran anécdotas y su forma de ser, así como su inmenso amor por Euzko Etxea de Lecheria.
En los años sesenta esta Euzko Etxea del oriente de Venezuela era muy activa, realizaba muchas actividades de pelota, comidas, fiestas tradicionales, cenas de fin de año, era punto de encuentro de los vascos del oriente de Venezuela, así como atractivo para los caraqueños quienes en muchas oportunidades organizaban paseos para disfrutar de las atenciones especiales que dispensaban los anfitriones orientales.
En esa época organizaban eventos para los txikis de la casa. En uno de esos hermosos eventos el atractivo principal del día era una llamativa piñata, lo que causo sensación en todos los txabales y txabalitas de Euzko Etxea Lecheria, pero como siempre pasa salió algún adulto a imponer normas, muchas veces absurdas, que los niños nunca entenderán y aceptaran, y una de ellas era la edad y el tamaño, por lo cual no dejaron entrar a Gorka porque, según, era muy grande, lo cual entristeció sobremanera al niño, pero si dejaron entrar a Edurne Elordi, que era de la misma edad y mismo tamaño, total que Gorka se retiro, pero no dejo de pensar en su percance que le daba vueltas en la cabeza “porque a mí no me dejan y a Edurne si?, no es justo” .
Total que los niños sentados en un gran círculo alrededor del sitio donde estaba colgada la piñata, comenzaron a disfrutar del evento, pegándole con el palo por turnos, primero los más pequeños, así hasta los de más tamaño, buscando romperla a palazos y poder recoger las chucherías y jugetes que seguramente tendría adentro en grandes cantidades.
Todos veían con ojos de alegría a la piñata, saboreando de antemano los dulces que caerían como lluvia al romperse la piñata, pero cuando esta ya estaba a por caer apareció el mentado Etxearte y haciendo honor a su apodo (a Gorka en Puerto La Cruz siempre lo apodaron Gato Blanco) pego un salto y abrazando la piñata la descolgó y corriendo a toda velocidad se llevo su ansiado trofeo a las afueras de Euzko Etxea para luego repartir entre todos los carajitos a partes iguales, lo que no recuerdo es si le dio a la mencionada señorita Elordi.
